jueves, 17 de julio de 2008

Julio 17

Su nombre estaba humedo, como un poco de agua que sumerge entre las piedras. Sus manos se mecían como hojas arrastradas por el viento. Y su voz era un hilo que se alzaba en la distancia buscando a un papalote. Ya no era ella. Era un montón de huesos perdidos; sin sostén de carne y piel.
Luchó en su momento con la fuerza de huracán , tendiendo su color por diferentes caminos. Hasta que un disparo atravesó su espíritu, y sus alas empinadas se sembraron en la tierra; mirando frente a frente a la realidad triunfante.

Pobre la “esperanza” que acaba de morir entre mis manos.

5 comentarios:

Raquel Graciela Fernández dijo...

Tus textos son muy bellos. Te agradezco, de corazón, que me invites a leerlos.
Un beso grande.

Elisabet Cincotta dijo...

Hermoso poema, aunque doloroso. La esperanza es un de las que nos sostienen en este andar.
besos
Elisabet

Migdalia B. Mansilla R. dijo...

¡Cuánta desolación en ese disparo a la esperanza! Mas, aunque se repite tanto el que es lo último que se pierde...que siempre cabe la posibilidad del desamparo total.

En tus letras siempre, amigo querido.

Besos,
Migdalia

Alicia dijo...

Hermoso texto, mágico, que escoge el momento más adecuado para llegarme. Un abrazo, Alicia

Unknown dijo...

Disparo a la esperanza, qué pena. Prosa poética que llega con sorpresa, abrazos, Julita