domingo, 22 de junio de 2008

Junio 22

Caminar por las orillas con el temor constante a la caída. Con la mirada en las espaldas y el miedo reflejado en la ola gigante, que puede arrastrar tu cuerpo mar adentro. Es toda una sensación de castigo perpetuo cuando tus pasos olvidan la solidez del pavimento.
Necesitas agarrarte de una mano férrea que ya conozca los caminos. ¿Y donde están esas manos? Se hundieron en los bolsillos influyentes que manejan los caminos y ciudades.
Pobre de todos los que danzamos sobre la cuerda floja a punto de visitar los tiburones.

3 comentarios:

Migdalia B. Mansilla R. dijo...

Querido amigo, tu prosa, tatúa en el corazón esa sensación de desarraigo de la soledad. Presencia en el hoy, sostenida por el hilo leve del seguir, aunque deambulemos sin brújula, norte o bordón para apoyarnos.

Un placer siempre leerte.
Besos,
Migdalia

Elisabet Cincotta dijo...

Excelente llamado a la reflexión.
besos
Elisabet

Unknown dijo...

Oh la la, los tiburones. Nuestros padres nos protegen, desde su corazón inmenso, desde ese espíritu que nos dejaron, cuando se fueron. Apoyemonos en sus enseñanzas, en los amigos. Besos, Julia